CARTA
DE LA DIRECTORA
Agenda
para un consenso
Las advertencias de Monterrey
El
Consenso de Monterrey fue el documento aprobado en la Conferencia
Internacional para el Financiamiento del Desarrollo organizada
por las Naciones Unidas en marzo del presente año en dicha
ciudad al norte de México. Más de 150 países
estuvieron representados y asistieron alrededor de 50 jefes de
Estado para abordar viejos problemas, como el desarrollo, la equidad,
la deuda externa, el orden internacional y la pobreza, pero que
habían sido eliminados de la agenda social del desarrollo
a partir de los lineamientos establecidos por el conocido Consenso
de Washington.
Cierto
es resaltar la importancia de retomar dichos temas, sobre todo
a raíz de la precarización del trabajo y el aumento
de la pobreza que ha traído la globalización principalmente
en los países del tercer mundo. Sin embargo, las grandes
expectativas que generó la Conferencia fueron opacadas
por la realidad de los acuerdos en dos sentidos: 1) El monto comprometido
por los países ricos dentro del programa de Asistencia
Oficial para el Desarrollo (AOD), fue modesto e insuficiente pues
no rebasó la meta ya acordada de canalizar 0.7% del PIB
de los países industrializados. 2) Porque la Conferencia
de Monterrey abrazó los mismos principios del Consenso
de Washington, a saber: apertura de las economías a la
inversión del capital extranjero, tanto en inversión
directa como en cartera; la liberalización del comercio
como motor del desarrollo; la permanencia del esquema internacional
sobre el pago de la deuda externa y, sólo en el caso de
países pobres muy endeudados, la posibilidad de condonación
de la deuda.
En
América Latina, el tema del desarrollo, la distribución
del ingreso y la pobreza han formado parte de la agenda intelectual
y política de manera permanente desde los años treinta.
A lo largo de estos años, podemos constatar que la historia
económica no ha sido siempre la misma. Por ejemplo, en
el periodo 1960-1980, el producto interno bruto de América
Latina y El Caribe creció 2.3% promedio anual; en contraste
con el periodo de la globalización de 1981-2000 donde el
crecimiento fue 0.25%.
¿Dónde
se han ubicado los nuevos obstáculos al crecimiento latinoamericano
en la globalización? Podemos destacar cinco principalmente:
la deuda externa, la apertura de los mercados y el rompimiento
de las cadenas productivas, las crisis financieras de la globalización,
la concentración del ingreso y, por su importancia, el
problema de la corrupción.
La deuda
externa
A finales
de la década de los años setenta se modifica el
esquema del endeudamiento externo latinoamericano. Éste
se duplica a causa de la sobreliquidez de recursos financieros
derivada de la crisis del petróleo en 1973, donde los bancos
necesitaban colocar los depósitos provenientes de los países
árabes. Consecuentemente, el endeudamiento externo en América
Latina alcanzó el monto de 330.7 mil millones de dólares
en 1982. Desafortunadamente, esta situación empató
con una circunstancia internacional donde las tasas de interés
en Estados Unidos se duplicaron para el año de 1980. El
impacto sobre el pago del servicio de la deuda externa fue enorme.
No es sino hasta 1989, y ante la dramática situación
económica conocida como la década perdida, que Estados
Unidos impulsa el Plan Brady donde reconoce la corresponsabilidad
del cambio en el esquema del endeudamiento para América
Latina y la necesidad de impulsar medidas de condonación
de montos de la deuda y la fijación de tasas de interés
moderadas con el propósito de coadyuvar a que la región
retomara el crecimiento económico.
Si bien,
el Plan Brady trajo beneficios, éstos fueron insuficientes,
y el pago del servicio de la deuda externa ha seguido constituyendo
uno de los obstáculos principales al crecimiento de la
región. Por ejemplo, en 1999, América Latina destinó
56.3 mil millones de dólares al servicio de la deuda externa
equivalente al PIB total de Uruguay, Ecuador, Panamá, Nicaragua
y Honduras juntos en dicho año.
Bajo estas
circunstancias es indispensable retomar los principios que inspiraron
el Plan Brady y diseñar una nueva versión que, aprovechando
la experiencia anterior, permita condonar montos significativos
de la deuda y reestructurar el resto de ella considerando que
las actuales tasas de interés han llegado a niveles muy
bajos (alrededor de 3% anual).
La apertura
comercial y el rompimiento de las cadenas productivas
La globalización
en América Latina ha impulsado una apertura
comercial unilateral sin tomar en cuenta las grandes diferencias
en infraestructura y productividad existentes entre los países
desarrollados y los países en desarrollo. Durante el proceso,
se han desarticulado las pequeñas y medianas empresas,
tanto de la manufactura como del sector agrícola, de sus
vínculos tradicionales como proveedores de insumos de la
gran empresa y, al mismo tiempo, de la producción de artículos
finales para sectores importantes del mercado interno.
Por lo anterior,
tal como ha sucedido en Europa, los países en desarrollo
deben matizar sus estrategias de integración a la economía
mundial impulsando políticas prudentes de apertura comercial,
que incluyan medidas proteccionistas temporales y la creación
de Fondos de Compensación, con el propósito de evitar
tanto el rompimiento de las cadenas productivas en las naciones,
como las consecuencias sociales negativas que origina el desempleo
y la contracción del mercado interno.
La crisis
financiera de la globalización
La liberalización
de los flujos financieros entre los países ha sido la otra
cara de la globalización. Sin embargo, para que los flujos
de inversión en cartera fueran posibles hacia América
Latina era necesario que se superaran las etapas de hiperinflación
y su impacto negativo en las macrodevaluaciones. Así, a
finales de los ochenta se diseñó una nueva política
de estabilización que utilizó la tasa de cambio
para controlar la inflación inercial. La seguridad en la
estabilidad cambiaria generó de manera exitosa el control
de la inflación, situación que permitió la
entrada de importantes flujos financieros.
Sin embargo,
la rigidez de la tasa de cambio por motivos de política
inflacionaria aunada a la entrada de capitales contribuyeron progresivamente
a sobrevaluar las monedas de los países latinoamericanos.
En el plano productivo, la sobrevaluación de la moneda
cancela todos los esfuerzos de modernización y competitividad
impulsados por las empresas para enfrentar la apertura comercial.
En los hechos, la sobrevaluación se traduce en un subsidio
para las importaciones (productores extranjeros) y en una carga
impositiva no oficial para las exportaciones (productos nacionales).
Cuando la realidad llega a situaciones extremas por el aumento
del déficit comercial y los inversionistas en cartera se
vuelven cautelosos, los gobiernos impulsan políticas de
recesión para evitar la fuga de capitales. De esta manera,
el escenario queda constituido y preparado para el desenlace de
la devaluación y el regreso de las crisis recurrentes.
Una vez que se supera el límite financiero de la crisis
con la combinación de la devaluación y la ayuda
financiera internacional para garantizar los pagos de la inversión
en cartera, el crecimiento regresa sobre las bases del mismo modelo.
De tal suerte, las crisis financieras de la globalización
refuerzan tanto el problema del endeudamiento externo como el
rompimiento de las cadenas productivas y agudizan los problemas
de la distribución del ingreso.
Por ello,
en el contexto actual de la globalización, América
Latina está obligada a replantearse su estrategia de liberalización
financiera. Los capitales especulativos deben tener un espacio
muy restringido y por ningún motivo someter a toda una
economía a la sobrevaluación para atender la demanda
del capital financiero internacional.
La
concentración del ingreso
En los últimos
20 años no solamente los países ricos se han vuelto
más ricos y los pobres más pobres; sino que al interior
de las naciones, el sector de ingresos más altos ha aumentado
su participación en el ingreso y los sectores de más
bajos ingresos la han disminuido. Podemos afirmar que, otro rasgo
distintivo de la globalización ha sido el aumento de la
pobreza. Sin embargo, es importante reconocer que la estrategia
de crecimiento con equidad es posible aún en las circunstancias
económicas
antes descritas. En gran parte depende de la voluntad política
del gobierno, empresarios, trabajadores y del colectivo social
que de manera decidida impulsen, con creciente productividad,
un nuevo esquema de relaciones laborales y de políticas
públicas que sienten las bases de un nuevo pacto social
orientado al reconocimiento de los derechos económicos
y sociales de los ciudadanos y a la búsqueda del bienestar
colectivo en un modelo económico incluyente.
El problema
de la corrupción
Es necesario
reconocer que la corrupción es un mal endémico que
existe en las sociedades latinoamericanas, que ha generado una
fuerte desarticulación social, una falta de prospectiva
colectiva y una ineficiencia económica extrema, en una
coyuntura internacional que exige una mayor capacidad competitiva.
Superar este lastre social es una tarea urgente que sólo
se resolverá si se crean nuevos espacios institucionales
de participación ciudadana, de rendición de cuentas
y de evaluación de proyectos. De poco serviría que
la Asistencia Oficial para el Desarrollo asumiera un papel relevante
si los recursos pueden ser mal empleados y no llegan a sus verdaderos
destinatarios.
El Consenso de Monterrey nos muestra la importancia de abordar
un tema trascendente planteado desde finales de la década
de los setenta, que implica reflexionar en torno a la construcción
de un nuevo orden económico internacional que simultáneamente
reconozca las aportaciones y que atienda los grandes problemas
que la globalización ha mostrado. Que busque como propósito
medular globalizar una mejor calidad de vida en todos los países
con irrestricto respeto a cada particularidad sociocultural. Ningún
crecimiento económico puede ser valioso si en el camino
queda perdida la esperanza de la humanidad.
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