REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN
AÑO 3 NÚMERO 6 MAYO-AGOSTO 2001

CARTA DE LA DIRECTORA

Tiempo de crisis

Trayectorias
Año 3, No. 6
Mayo-Agosto 2001

l pensamiento económico y social de América Latina ha destacado no solamente por su pertinencia en el análisis y sus valiosas aportaciones en las políticas de planeación del desarrollo, sino también porque ha tenido el mérito de realizar significativas contribuciones al pensamiento económico de la teoría del comercio internacional y la economía global.
Empezando por la teoría de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), la teoría del subdesarrollo, de la dependencia, hasta recientemente las tesis de la economía global, el pensamiento económico latinoamericano nace en torno a la reflexión de las condiciones del desarrollo y su integración con la economía mundial.
La tesis central que orientó las políticas del desarrollo en la década de los cuarenta hasta los setenta sostenía la necesidad de ampliar el mercado interno incorporando a la población a un esquema de producción basado en la sustitución de importaciones que gradualmente conduciría a la nación a etapas avanzadas de modernización mediante el desarrollo sostenido de la productividad. Este modelo permitiría eliminar gradualmente el desequilibrio externo provocado por las importaciones de las manufacturas, daría sustentabilidad a la economía ampliando el mercado interno y permitiría un crecimiento sostenido de la inversión fija bruta. En este esquema, el Estado jugaría un papel destacado como promotor del desarrollo y del proyecto social igualitario.
La historia de esos años confirma la asertividad de las tesis latinoamericanistas. El crecimiento económico, financiero y productivo tenía una condición orgánica que impulsaba el mejoramiento del nivel de vida de la población. Lo mismo ocurrió en Estados Unidos y demás países desarrollados. Fueron los años gloriosos del fordismo que permitieron crecer y distribuir, si no con la misma velocidad, sí en la misma dirección, teniendo como resultado la conformación de un mercado interno diversificado que le daba solidez al patrón del desarrollo. Fue la época en América Latina del proyecto de desarrollo autónomo y del Estado populista fuertemente consolidado en los países con mayor desarrollo como México, Brasil, Argentina y Chile, que con su influencia permearon el resto del subcontinente. En fin, crecimiento sostenido, “milagros económicos”, fueron el resultado de la planeación de políticas públicas decididas a mejorar la condición periférica, superar el subdesarrollo y lograr un posicionamiento autónomo en el contexto de la economía internacional.
La crisis del régimen de acumulación fordista que aparece en Estados Unidos a finales de los años setenta tiene un impacto decisivo en América Latina. Fue más decisivo en los primeros años, en el campo de las ideas y del pensamiento económico, que sobre la realidad económica misma. De tal suerte que el pensamiento económico latinoamericano deja de ser vanguardia y pierde su liderazgo a finales de la década de los setenta. Todas las políticas de planeación para el desarrollo se vuelven obsoletas ante la emergencia de un pensamiento conservador que reclama al mercado como el espacio idóneo de definición de la asignación de los factores de producción. El regreso de la mano invisible desplazó estudios serios y dedicados a la comprensión de la historia, los problemas estructurales, los retos del mercado internacional y las formas de integración de los países latinoamericanos a la economía del mundo. Se dejó atrás la planeación y todo giró en torno a la liberalización comercial, laboral y financiera.
De nueva cuenta, las tendencias generales del desarrollo del capitalismo marcaban el destino económico de Latinoamérica y una nueva forma de inserción determinada por la era de la globalización empezaba a consolidarse con un marcado predominio de lo financiero sobre lo productivo. El fordismo inspirado por las tesis de Keynes, donde la tasa de interés financiero quedaba subordinada a la tasa de ganancia productiva, se había colapsado. El fordismo que permitió cinco décadas de desarrollo económico, donde todos los sectores compartían el fruto del crecimiento consolidando en la economía del mundo el prototipo del american way of life, llegó a su fin. Dos de los soportes fundamentales dejaron de funcionar sincrónicamente: el mercado interno y los fondos de pensión. Cuando el régimen de acumulación fordista entra en crisis, le siguieron los años de recesión e inflación de los años setenta. En un sentido, durante el fordismo se había logrado satisfacer las demandas del mercado interno en Estados Unidos, de tal suerte que las empresas norteamericanas necesitaban de nuevos mercados localizados en la economía mundial. En el otro, los fondos de pensión, instituciones no bancarias que administran los recursos provenientes de los salarios y prestaciones sociales, ante la caída del crecimiento del empleo y sus respectivas cotizaciones, también requerían de nuevas opciones que les permitieran aumentar sus ingresos y estar en condiciones de cumplir con los compromisos de jubilaciones y prestaciones sociales adquiridas antes de la crisis.
De tal suerte, el fordismo engendró su propio sepulturero. Fue tal la riqueza creada y el crecimiento sostenido a nivel productivo, que fue inevitable en el plano financiero, el surgimiento de la moneda de crédito y el abandono del patrón oro. La fuerte emisión de moneda de crédito aunada a la ausencia de una banca internacional, reguladora de los flujos financieros, condujo a la creación del mercado del eurodólar, a su desarrollo, su autonomía e independencia de lo productivo. Esta realidad se vio reforzada, cuando los fondos de pensión (ahorros acumulados de cotizaciones del salario y prestaciones regidos por el Estado de bienestar) se transformaron en instituciones no bancarias o financieras, creando una realidad económica internacional con predominio de lo financiero.
Su correlato en América Latina fue la llamada crisis de la deuda externa. América Latina incrementó significativamente su grado de endeudamiento, porque existía una sobre liquidez de capital en el mercado del eurodólar que requería su colocación. Por supuesto, esta opción no era sustentable. América Latina no contaba con un crecimiento sólido capaz de garantizar la rentabilidad del capital financiero de los países desarrollados. Cuando en 1979 Estados Unidos abandona el keynesianismo y abraza el neoliberalismo, su implicación en el plano financiero fue que el dinero sería caro y para ello las tasas de interés aumentaron. Este cambio brusco para los países deudores tuvo sus consecuencias y, en 1982, estalla la crisis en México, mostrando con toda su crudeza la crisis internacional de la deuda externa no sólo para América Latina sino para los países del tercer mundo que viven la misma condición periférica.
Los pasos siguientes son ampliamente conocidos: cartas de intención del Fondo Monetario Internacional imponiendo políticas de austeridad que permitan pagar el servicio de la deuda, abandono de las políticas proteccionistas y establecimiento de la apertura comercial, modernización industrial y flexibilización laboral que faciliten la inversión de capital extranjero y políticas de liberalización financiera que ofrezcan las condiciones óptimas a los flujos financieros. De tal suerte, una nueva forma de integración quedó consolidada para América Latina en la década de los ochenta centrada en las crisis recurrentes.
Efectivamente, la globalización ha impulsado un nuevo modelo de integración en América Latina y una nueva figura geopolítica conocida como países emergentes. Este proyecto responde a la lógica de la liberalización de los mercados financieros, generando contradicciones que obstaculizan el desarrollo económico de las naciones latinoamericanas.
Esta lógica perversa, del predominio del capital financiero sobre el productivo, condiciona la formación de altas tasas de interés con el fin de atraer el capital financiero internacional. El flujo excesivo de entrada de divisas conduce a la apreciación de las monedas nacionales favoreciendo las importaciones. En el contexto de la apertura comercial, se genera la destrucción de segmentos importantes del aparato productivo nacional en dos sentidos: primero, por los problemas que genera de baja competitividad frente a los productores extranjeros; y segundo, porque la apreciación de las monedas cancela los esfuerzos productivos nacionales en relación directa a la apreciación de la moneda. En efecto, la sobrevaluación de las monedas latinoamericanas se traduce en los hechos en generar un impuesto (del mismo porcentaje en que la moneda está sobrevaluada) a las exportaciones (nacionales) y un subsidio en el mismo sentido a las importaciones de productos extranjeros. En suma, el modelo de integración favorece a los inversionistas especuladores y a los productores extranjeros.
Este modelo de inserción ocasiona múltiples problemas a las naciones latinoamericanas. En primer lugar, la apertura comercial tiende a generar un fuerte déficit comercial, obligando a los países a aumentar aún más las tasas de interés, captar flujos de capital en cartera y lograr equilibrar la balanza de pagos. Esto alivia la situación momentáneamente. Sin embargo, con el flujo excesivo de divisas internacionales, éstas se abaratan y se aprecia la moneda nacional, con la consecuencia de que todos los esfuerzos de modernización y competitividad productiva se debilitan, las exportaciones nacionales se encarecen y las importaciones de productos extranjeros se abaratan. El círculo vicioso se incrementa: el encarecimiento de la moneda nacional disminuye las exportaciones, aumenta las importaciones y, cuando la preocupación de los inversionistas en cartera los vuelve cautelosos, los gobiernos establecen políticas de recesión para evitar la fuga de capitales. Sin embargo, el escenario está constituido y preparado para el desenlace de la devaluación y el regreso a las crisis recurrentes. Una vez que se supera el límite financiero con la combinación de la devaluación y la ayuda financiera internacional para garantizar los pagos de inversión en cartera, el crecimiento regresa, pero sobre las estructuras del mismo modelo, y cuando la presión externa regresa vía el aumento de las importaciones y la salida de capitales, la crisis reaparece pero con mayor brutalidad. De esta manera, el modelo económico latinoamericano se vuelve una trampa de la que es cada día más difícil salir sin regresar a las crisis recurrentes.
Todo esto en el marco de una regresión de las condiciones de vida de la población claramente ejemplificadas no sólo en la magnitud de la pobreza, sino en su notorio crecimiento desde la década de los ochenta. En suma, la globalización ha significado para América Latina la liberalización de los mercados financieros, un crecimiento frágil de la economía, una distribución bastante inequitativa de ese progreso económico y, en consecuencia, un crecimiento desmesurado de la pobreza.
La historia reciente de América Latina nos indica que ya no es necesario seguir con las recurrentes crisis económicas para aprender la lección de identificar las necesidades estructurales de cambios en el modelo de desarrollo. Queda claro que el escenario de estas crisis repetitivas y la posición límite a la que los países han llegado nos enfrenta a la inevitable realidad de un tránsito hacia un modelo económico alternativo. Sin embargo, esto no ha ocurrido y la historia parece sugerirnos que no ocurrirá si las crisis económicas recurrentes no se acompañan de una crisis política con vocación de alternativa.
Los países latinoamericanos han transitado en los últimos veinte años por transiciones políticas de suma importancia, de procesos de alternancia en el poder; pero no han logrado avanzar en la resolución de los viejos problemas planteados por el pensamiento económico latinoamericano, ni han logrado estructurar una alternativa sustentable que abra nuevos cauces para la solución de los ancestrales obstáculos, hoy acrecentados por la globalización, para el crecimiento.
Queda augurar, que sin pasar por una consciente participación política, las sociedades latinoamericanas no lograrán avanzar y fortalecer sus procesos democráticos construyendo espacios de auténtica gobernabilidad no autoritaria que permitan consolidar, con el menor costo social, alternativas a los problemas económicos y sociales que aquejan a las naciones.


 


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