REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN
AÑO 2 NÚMERO 3 MAYO-AGOSTO DE 2000
CARTA DE LA DIRECTORA

Los retos de la transición

El sistema político posrevolucionario que durante décadas resultara funcional para muy amplios sectores de la sociedad, se fue convirtiendo progresivamente en un obstáculo para la organización política y social de los mexicanos. Su régimen político, organizado en torno a un partido de Estado, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), ejerció el poder basado en el autoritarismo, el corporativismo, la arbitrariedad y la corrupción. Este régimen encontró sus propios límites en 1968, cuando irrumpieron en el escenario nacional fuerzas políticas que reclamaban democratización.
La represión del 68 y su consecuente trauma social colectivo encontró un cause de movilización amplia y de raíces muy profundas en una sociedad decidida por avanzar en la democracia. En los años setenta este proceso tuvo dos vertientes: Una radical constituida por la formación de grupos guerrilleros armados tanto en el escenario urbano como rural, que inspirados en el foquismo revolucionario de aquélla época, sostenían que el cambio debería ser revolucionario; y la otra versión, la institucional, configuró a un amplio sector de la población fundamentalmente de centro-izquierda, que reivindicaba la democracia sindical y la reforma electoral. Los años setenta se vieron inmersos en ambos procesos que culminaron con el exterminio de las guerrillas por un lado, y con la Reforma Electoral de 1979 que, entre otros aspectos, al dar mayor coherencia formal a la democracia, reconocía la legitimidad de la participación del partido comunista y la izquierda en las elecciones.
La década de los ochenta, estuvo trazada por fuertes cambios en el escenario político nacional. El abandono de las políticas keynesianas y el resurgimiento del neoliberalismo en Inglaterra y Estados Unidos primero, para generalizarse después en todos los países desarrollados, impusieron progresivamente al resto del mundo el mismo modelo económico. En los hechos, para los países en desarrollo significó estancamiento económico, pérdida del poder adquisitivo y ampliación de la pobreza. Fue la conocida década perdida caracterizada por la Cepal para la América Latina.

Bajo este escenario, la movilización en México por los avances de la democracia se intensificaron desde posiciones múltiples y polifacéticas en la sociedad. La coyuntura electoral de 1988 ratificó la vocación por el cambio. El PRI recibió la votación más baja de su historia y la coalición centro-izquierda ganó en los hechos las elecciones que fueron arrebatadas por la caída del sistema. Así, en la década de los ochenta la opción de cambio se inclinó hacia la iz-quierda por una coalición que un año después, en 1989, fundaría el Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Esto se explica porque durante esta década perdida se agudizó en forma muy significativa la polarización en la sociedad. Con la privatización de las empresas públicas se generó una recomposición de las estructuras del poder y aparecieron nuevos empresarios -financieros, industriales y comerciales- que ligados al capital transnacional y la globalización, configuraron un polo dinámico de crecimiento económico que ha integrado el 30% de la población, mientras el 70% restante se debate entre la sobreviviencia y la pobreza extrema.
Durante la década de los noventa, se profundiza la polarización económica antes mencionada y se identifica con mayor fuerza la necesidad de impulsar un cambio mediante la democracia participativa. La oposición avanza pausadamente ganando elecciones municipales, estatales y legislativas. Sin embargo, los efectos de la globalización, la nueva configuración del poder económico, junto con las promesas de que México llegaría a ser un país del primer mundo y un efectivo programa paternalista de asistencia social contribuyeron de manera importante a que el partido oficial ganara de nuevo las elecciones de 1994. Sin embargo, a finales de dicho año, ese mismo partido que seis meses antes celebraba el triunfo, quedaba herido de muerte con la crisis económica y financiera de diciembre de 1994. Ante el azoro de amplios sectores de la población se comprendió que la llegada al primer mundo, junto con sus beneficios económicos prometidos, era una quimera de cuyo sueño ya habían despertado. A partir de entonces el partido oficial empieza con su progresiva debacle electoral. Esta realidad quedó fuertemente evidenciada cuando en 1997 el PRI pierde la mayoría en la Cámara de Diputados. Simultáneamente el PRD gana las elecciones de la regencia del Distrito Federal, la mayoría de la Asamblea Legislativa y aumenta significativamente su proporción en el poder legislativo. Para ese mismo año, el PAN contaba ya con siete gubernaturas.
Esta redistribución del poder político fue posible gracias a la participación activa de los partidos de oposición y de las organizaciones sociales, que con sus reclamos de democratización desempeñaron un papel destacado en la Reforma Electoral de 1996. En esta reforma se legisla la ciudanización de las instituciones electorales, credencial confiable de elector, equidad electoral, tribunales federales y estatales electorales, entre otros aspectos, creando los cauces legales que respaldaban la transición democrática de México.
Es importante destacar que en los últimos años de la década de los noventa, las fuerzas de centro–izquierda no lograron capitalizar su inversión política y social constituida a lo largo de su historia. Por el contrario, la nueva configuración del poder económico diseñado a partir de los ochenta y estrechamente vinculado al proyecto transnacional , le dio coherencia al opositor Partido Acción Nacional, tradicionalmente ubicado en la derecha desde su temprana fundación en 1939. Esta historia nos conduce al escenario electoral del año 2000 con tres opciones configuradas.
Un partido oficial que, con el desgaste de 71 años en el poder no sólo estaba desacreditado, sino además vivía profundas divisiones internas entre políticos y tecnócratas, y resultó incapaz de seleccionar a un candidato que fuera viable y capaz en la organización de una campaña política con penetración social.
Una oposición de centro–izquierda que perdió el debate en las ideas, los contenidos y las propuestas. Que dedicó gran parte de su energía a librar luchas internas consolidadas alrededor de caudillos y clientelas, y que desperdició la oportunidad de demostrar su capacidad de cambio cuando accedió a la regencia del Distrito Federal. Esta adversa experiencia electoral sentará las bases de la futura maduración política del partido y de la izquierda en México.
Una oposición tradicionalmente de derecha que, a pesar de manifestarse abiertamente por la opción neoliberal, diseñó una efectiva campaña basada en la mercadotecnia electoral y logró capitalizar los deseos generalizados de cambio, prometiendo sacar al PRI del poder, y al mismo tiempo, consolidó la bandera del voto útil para convertirse en una opción de gobierno.
Después de 71 años de gobierno del partido oficial, el PAN ganó las elecciones y México avanzó en la transición democrática. Las tareas son de gran envergadura. Nuevas reformas tienen que estructurarse para lograr que la alternancia en el poder consolide un cambio sustantivo en el sistema político mexicano.
El reto del Partido Acción Nacional y de su presidente electo es muy grande. Por su historia está destinado a profundizar las reformas neoliberales y a otorgarles un sello aún más conservador. Sin embargo, alrededor de 60% de la población no votó a favor de su propuesta, por lo cual la construcción de la gobernabilidad implicará encontrar los puntos de convergencia que incluyan el sentir de la mayoría de la sociedad mexicana.
Los mexicanos tenemos la responsabilidad de construir una alternativa que nos permita madurar como sociedad, vivir en un estado de derecho y democrático, con respeto a los derechos humanos individuales, con soberanía en los estados y autonomía en los municipios, y con la instrumentación de políticas económicas, sociales y culturales que incluyan a todos los ciudadanos. Una sociedad que de acuerdo con su historia pueda construir pactos y consensos en el presente, para proyectarse con congruencia y determinación a su futuro de esperanza.

 


Revista Trayectorias
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