CARTA
DE LA DIRECTORA
Los
retos de la transición
El
sistema político posrevolucionario que durante décadas
resultara funcional para muy amplios sectores de la sociedad,
se fue convirtiendo progresivamente en un obstáculo
para la organización política y social de
los mexicanos. Su régimen político, organizado
en torno a un partido de Estado, el Partido Revolucionario
Institucional (PRI), ejerció el poder basado en el
autoritarismo, el corporativismo, la arbitrariedad y la
corrupción. Este régimen encontró sus
propios límites en 1968, cuando irrumpieron en el
escenario nacional fuerzas políticas que reclamaban
democratización.
La represión del 68 y su consecuente trauma social
colectivo encontró un cause de movilización
amplia y de raíces muy profundas en una sociedad
decidida por avanzar en la democracia. En los años
setenta este proceso tuvo dos vertientes: Una radical constituida
por la formación de grupos guerrilleros armados tanto
en el escenario urbano como rural, que inspirados en el
foquismo revolucionario de aquélla época,
sostenían que el cambio debería ser revolucionario;
y la otra versión, la institucional, configuró
a un amplio sector de la población fundamentalmente
de centro-izquierda, que reivindicaba la democracia sindical
y la reforma electoral. Los años setenta se vieron
inmersos en ambos procesos que culminaron con el exterminio
de las guerrillas por un lado, y con la Reforma Electoral
de 1979 que, entre otros aspectos, al dar mayor coherencia
formal a la democracia, reconocía la legitimidad
de la participación del partido comunista y la izquierda
en las elecciones.
La década de los ochenta, estuvo trazada por fuertes
cambios en el escenario político nacional. El abandono
de las políticas keynesianas y el resurgimiento del
neoliberalismo en Inglaterra y Estados Unidos primero, para
generalizarse después en todos los países
desarrollados, impusieron progresivamente al resto del mundo
el mismo modelo económico. En los hechos, para los
países en desarrollo significó estancamiento
económico, pérdida del poder adquisitivo y
ampliación de la pobreza. Fue la conocida década
perdida caracterizada por la Cepal para la América
Latina.
Bajo este escenario, la movilización en México
por los avances de la democracia se intensificaron desde
posiciones múltiples y polifacéticas en la
sociedad. La coyuntura electoral de 1988 ratificó
la vocación por el cambio. El PRI recibió
la votación más baja de su historia y la coalición
centro-izquierda ganó en los hechos las elecciones
que fueron arrebatadas por la caída del sistema.
Así, en la década de los ochenta la opción
de cambio se inclinó hacia la iz-quierda por una
coalición que un año después, en 1989,
fundaría el Partido de la Revolución Democrática
(PRD).
Esto se explica porque durante esta década perdida
se agudizó en forma muy significativa la polarización
en la sociedad. Con la privatización de las empresas
públicas se generó una recomposición
de las estructuras del poder y aparecieron nuevos empresarios
-financieros, industriales y comerciales- que ligados al
capital transnacional y la globalización, configuraron
un polo dinámico de crecimiento económico
que ha integrado el 30% de la población, mientras
el 70% restante se debate entre la sobreviviencia y la pobreza
extrema.
Durante la década de los noventa, se profundiza la
polarización económica antes mencionada y
se identifica con mayor fuerza la necesidad de impulsar
un cambio mediante la democracia participativa. La oposición
avanza pausadamente ganando elecciones municipales, estatales
y legislativas. Sin embargo, los efectos de la globalización,
la nueva configuración del poder económico,
junto con las promesas de que México llegaría
a ser un país del primer mundo y un efectivo programa
paternalista de asistencia social contribuyeron de manera
importante a que el partido oficial ganara de nuevo las
elecciones de 1994. Sin embargo, a finales de dicho año,
ese mismo partido que seis meses antes celebraba el triunfo,
quedaba herido de muerte con la crisis económica
y financiera de diciembre de 1994. Ante el azoro de amplios
sectores de la población se comprendió que
la llegada al primer mundo, junto con sus beneficios económicos
prometidos, era una quimera de cuyo sueño ya habían
despertado. A partir de entonces el partido oficial empieza
con su progresiva debacle electoral. Esta realidad quedó
fuertemente evidenciada cuando en 1997 el PRI pierde la
mayoría en la Cámara de Diputados. Simultáneamente
el PRD gana las elecciones de la regencia del Distrito Federal,
la mayoría de la Asamblea Legislativa y aumenta significativamente
su proporción en el poder legislativo. Para ese mismo
año, el PAN contaba ya con siete gubernaturas.
Esta redistribución del poder político fue
posible gracias a la participación activa de los
partidos de oposición y de las organizaciones sociales,
que con sus reclamos de democratización desempeñaron
un papel destacado en la Reforma Electoral de 1996. En esta
reforma se legisla la ciudanización de las instituciones
electorales, credencial confiable de elector, equidad electoral,
tribunales federales y estatales electorales, entre otros
aspectos, creando los cauces legales que respaldaban la
transición democrática de México.
Es importante destacar que en los últimos años
de la década de los noventa, las fuerzas de centroizquierda
no lograron capitalizar su inversión política
y social constituida a lo largo de su historia. Por el contrario,
la nueva configuración del poder económico
diseñado a partir de los ochenta y estrechamente
vinculado al proyecto transnacional , le dio coherencia
al opositor Partido Acción Nacional, tradicionalmente
ubicado en la derecha desde su temprana fundación
en 1939. Esta historia nos conduce al escenario electoral
del año 2000 con tres opciones configuradas.
Un partido oficial que, con el desgaste de 71 años
en el poder no sólo estaba desacreditado, sino además
vivía profundas divisiones internas entre políticos
y tecnócratas, y resultó incapaz de seleccionar
a un candidato que fuera viable y capaz en la organización
de una campaña política con penetración
social.
Una oposición de centroizquierda que perdió
el debate en las ideas, los contenidos y las propuestas.
Que dedicó gran parte de su energía a librar
luchas internas consolidadas alrededor de caudillos y clientelas,
y que desperdició la oportunidad de demostrar su
capacidad de cambio cuando accedió a la regencia
del Distrito Federal. Esta adversa experiencia electoral
sentará las bases de la futura maduración
política del partido y de la izquierda en México.
Una oposición tradicionalmente de derecha que, a
pesar de manifestarse abiertamente por la opción
neoliberal, diseñó una efectiva campaña
basada en la mercadotecnia electoral y logró capitalizar
los deseos generalizados de cambio, prometiendo sacar al
PRI del poder, y al mismo tiempo, consolidó la bandera
del voto útil para convertirse en una opción
de gobierno.
Después de 71 años de gobierno del partido
oficial, el PAN ganó las elecciones y México
avanzó en la transición democrática.
Las tareas son de gran envergadura. Nuevas reformas tienen
que estructurarse para lograr que la alternancia en el poder
consolide un cambio sustantivo en el sistema político
mexicano.
El reto del Partido Acción Nacional y de su presidente
electo es muy grande. Por su historia está destinado
a profundizar las reformas neoliberales y a otorgarles un
sello aún más conservador. Sin embargo, alrededor
de 60% de la población no votó a favor de
su propuesta, por lo cual la construcción de la gobernabilidad
implicará encontrar los puntos de convergencia que
incluyan el sentir de la mayoría de la sociedad mexicana.
Los mexicanos tenemos la responsabilidad de construir una
alternativa que nos permita madurar como sociedad, vivir
en un estado de derecho y democrático, con respeto
a los derechos humanos individuales, con soberanía
en los estados y autonomía en los municipios, y con
la instrumentación de políticas económicas,
sociales y culturales que incluyan a todos los ciudadanos.
Una sociedad que de acuerdo con su historia pueda construir
pactos y consensos en el presente, para proyectarse con
congruencia y determinación a su futuro de esperanza.
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