CARTA DE LA DIRECTORA
Un oficio interminable
La mujer a la vuelta del tiempo
Simone de Beauvoir en su clásico libro El segundo sexo publicado en 1949 nos obsequió no solamente uno de los estudios pioneros más relevantes sobre la condición social de la mujer que prevalecía en aquella época en Occidente, sino también, por la diversidad de los relatos circunstanciales de la vida de las mujeres y la profundidad de las reflexiones sobre las relaciones sociales que se articulan en torno a ellas, una de las contribuciones teóricas que más han marcado los estudios de género y los procesos de emancipación de la mujer en el mundo.
El sistema patriarcal, de historia milenaria, constituye la herencia determinante que explica los procesos de exclusión de la mujer y su participación subordinada en torno a los valores fundamentales que sustentan la civilización occidental. Igualdad, justicia y libertad fueron referentes filosóficos por los cuales las mujeres han tenido que luchar colectivamente para lograr el reconocimiento social del derecho al voto, al trabajo, a la retribución equitativa del salario, el acceso a la educación media y superior, la opción reproductiva y la participación en los puestos de elección de responsabilidad política.
Los tiempos han cambiado desde que, a partir de los años treinta, en la mayoría de los países se aceptó el derecho de la mujer al voto en los procesos electorales. Este acontecimiento constituyó el inicio de una vasta corrección a la concepción cultural que se basa en los imperativos de las asimetrías de género. Este primer cambio fue secundado en la década de los sesenta por otro avance importantísimo de orden científico en el área de la farmacéutica y que fue la comercialización de la píldora anticonceptiva, que le otorgó a la mujer la opción de ejercer el control sobre su cuerpo en lo relativo a la concepción. La separación de la sexualidad de la reproducción, a partir de entonces, ha permitido a las mujeres que tienen acceso a la educación apropiarse de espacios mayores de libertad y de autonomía en un proceso sostenido de emancipación del rol femenino tradicional circunscrito al cuidado de los hijos y al trabajo doméstico.
Paralelamente a la aparición de los anticonceptivos, en Estados Unidos se originó un movimiento profundo y radical de la lucha contra la segregación racial en la década de los sesenta que tuvo como efecto secundario la extensión hacia otro tipo de procesos segregacionistas, como la discriminación a las mujeres en el espacio público del trabajo extradoméstico.
En circunstancias similares de segregación se encontraban los jóvenes excluidos de procesos de participación en diferentes ámbitos de la vida social y, consecuentemente, en esta misma década aparece el movimiento de los “hippies”, el movimiento estudiantil y el movimiento de liberación de la mujer que tenían como sustrato común la lucha contra el autoritarismo y la dominación.
No es por casualidad que la cuestión de la mujer y los estudios de género, como campo de reflexión y de producción de conocimiento, sea un acontecimiento contemporáneo que se registra en el medio intelectual en Europa y Estados Unidos en los años sesenta; y en México y América Latina, a finales de esta misma década, aunque no es sino hasta principios de los ochenta que aparece como disciplina estructurada en el campo de las ciencias sociales. Esos estudios han tenido la virtud de acompañar el proceso social de lucha por los derechos sociales de las mujeres y de su proceso de emancipación al describirlos y analizarlos, así como, propiciar el desarrollo de las concepciones teóricas feministas.
La lucha de la liberación de la mujer ha transitado por diferentes etapas delimitadas por el carácter de sus reivindicaciones. Durante los años sesenta, aparecen análisis de los primeros movimientos en torno a las situaciones de marginalidad y precarización del trabajo de las mujeres y su marcado sello de terciarización. A partir de esta realidad, los estudios ponen énfasis en la necesidad de integrar a las mujeres al proceso de desarrollo respetando sus derechos reproductivos, los laborales y los salariales. Así, se realizan estudios de género, familia y violencia intrafamiliar, al mismo tiempo que proliferan los estudios que denuncian la segregación en el mercado de trabajo, la desigualdad salarial y la participación de las mujeres en los sindicatos, partidos políticos y movimientos sociales. Para la década de los ochenta, las mujeres han conseguido una significativa integración a la educación superior, al mercado de trabajo, y se les reconoce como ciudadanas beneficiarias del desarrollo. En la década de los noventa, las mujeres ya han logrado establecer redes y organizaciones que se vinculan a las instituciones y a los gobiernos con el fin de participar en procesos legislativos que codifican sus derechos a través de la emergencia de una ciudadanía feminista activa, que ubica a la mujer en la política como actora principal del proceso de transformación de las condiciones de igualdad y equidad por las que ha luchado y que se le conoce como el empoderamiento. Esta última etapa de la década de los noventa ha quedado sancionada en los documentos de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Beijing en 1995.
En consecuencia, aun y cuando la lucha es ancestral, en menos de cuatro décadas, la participación de la mujer en la vida social, tanto en el campo de las reivindicaciones en contra de la segregación y la desigualdad, como en la transformación de las relaciones de poder en un sentido favorable hacia las mujeres, ha contribuido notoriamente a fortalecer los espacios de la sociedad civil y las formas organizativas cada vez más innovadoras que integran el vasto conjunto de las organizaciones no gubernamentales, los partidos políticos y las instituciones de gobierno tanto en el ámbito regional, como en el nacional e internacional. Nunca será suficientemente ponderado el papel determinante de la educación en el proceso de concientización, recuperación y liberación de la mujer tanto en su rol sexual como de emancipación y el efecto multiplicador que tiene sobre este mismo proceso en las generaciones del futuro.
Cuando las sociedades verdaderamente avanzadas valoran como rasgo distintivo una gestión de superación de la condición de vida de sus mujeres no hay excepción en los logros significativos que se alcanzan en la vida cotidiana. Por lo tanto, esta responsabilidad no admite distracciones de roles y género. El compromiso implica a todos los miembros de la colectividad, pues de todos es la responsabilidad de contribuir al desarrollo de la sociedad en condiciones de superación personal, progreso y bienestar con equidad.
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