REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN
AÑO 6 NÚMERO 13/14 SEPTIEMBRE 2003-ABRIL DE 2004

CARTA DE LA DIRECTORA

Educación para el desarrollo sustentable

Desde que surge la teoría del desarrollo a mediados de la década de los cuarenta, la educación ha estado en el centro de la reflexión tanto en el ámbito de la economía como en el social. Es la educación, en su dimensión más amplia, la que permite incidir en los procesos productivos para aumentar la productividad y la competitividad en las empresas, en las regiones y coadyuva con las naciones en la definición de las condiciones que permiten capitalizar, para su bien, las ventajas del comercio internacional en su relación con la economía del mundo. De acuerdo con esta visión teórica, los efectos multiplicadores de una economía basada en el desarrollo de la competitividad se traducen en niveles de crecimiento económico y del empleo. Consecuentemente, la educación siempre se ha considerado como un medio pertinente de movilidad social y la mejor estrategia para fomentar en el largo plazo la distribución del ingreso.
La educación no debe entenderse desde una perspectiva estática, de transmisión y acumulación de conocimiento. Esta acepción era aceptable en las etapas del desarrollo donde el cambio tecnológico no estuvo vinculado a la microelectrónica. Es aquella etapa, que abarca desde la década de los cuarenta hasta mediados de los setenta, la que hablaba de la educación como un gasto necesario para la satisfacción plena de las funciones de la sociedad en sus distintos campos de la economía, la sociedad, la cultura y la investigación científica y tecnológica.

Las nuevas tecnologías, basadas en la microelectrónica primero y en los sistemas informatizados después, han transformado el campo de las relaciones productivas, sociales y humanas. La estandarización y la homogeneización de los procesos productivos fueron sustituidas por los equipos flexibles y una nueva cultura del conocimiento empezó a desarrollarse en torno a la innovación continua, la creatividad, el involucramiento, la participación y la creación renovada del conocimiento.
La sociedad hoy compite basándose en el conocimiento, el desarrollo intelectual de sus recursos humanos en los diferentes sectores económicos, sociales, políticos y culturales. De ahí que la educación se haya ido configurando gradualmente como el basamento fundamental sobre el cual la cultura se expresa, se manifiesta y toma forma de conciencia en los procesos de comprensión del mundo, de la visión ética, de la integración de los valores, así como de la expresión de un proyecto integral de la sociedad en la que se desea vivir.
En este contexto, la educación es requerida en su dimensión dinámica, en la cual la transmisión del conocimiento constituye la base fundamental para la innovación, la visión crítica y propositiva que requiere todo proceso de creación permanente del conocimiento. Esta visión dinámica ha llevado a la comprensión de que la educación no constituye un gasto sino que forma parte de la inversión estratégica que una sociedad debe impulsar en un contexto internacional cada vez más globalizado. El no destinar una inversión creciente acorde con las necesidades propias del patrón demográfico de cada sociedad y del proyecto económico de nación que se pretende concretar no significa en lo absoluto mantener el nivel educativo que se tiene, significa retroceder, pues muchos otros países con los cuales nos relacionamos están avanzando. En consecuencia, centrar la competitividad de las naciones en el conocimiento de los recursos humanos que integran las sociedades constituye un reto insoslayable en el campo de las políticas públicas y educativas.
Este conocimiento, como materia de estudio, es lo que permite apropiarse de la llave de acceso al desarrollo en su dimensión más amplia concebida como desarrollo sustentable; es decir, como productividad, equidad, cultura, cuidado ambiental y compromiso con las generaciones futuras.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) impulsa una propuesta que contempla cómo la educación juega un papel determinante en la integración de los valores, los usos, las costumbres y la cultura; y propone avanzar en una nueva ética global que abarque los siguientes principios: equidad y erradicación de la pobreza; cuidado ambiental; respeto a los derechos humanos civiles, económicos, sociales y colectivos; profundizar la democracia y la independencia de las organizaciones no gubernamentales; protección de las minorías; el compromiso por la paz; desarrollo de la investigación científica y elaboración de una agenda prospectiva basada en el conocimiento. Para todo ello, la UNESCO ha acordado convocar a las naciones del mundo a conjuntar esfuerzos y recursos dedicados a trabajar en un objetivo común: el Decenio de la Educación para el Desarrollo Sustentable.
Aun y cuando el reto de la globalización ha planteado a todos los países la necesidad de esta transformación en materia educativa, en el caso de países en vías de desarrollo se ve magnificado, no solamente por los avances vertiginosos que se concretan en materia de educación en los países desarrollados, sino también, porque en nuestro caso, rezagos ancestrales en materia legislativa, de salud, alimentación e infraestructura dificultan todavía más las tareas por realizar. De ahí la importancia de que para un país como México, la propuesta viable debe incluir, también como tema prioritario, un cambio de conciencia que permita enfrentar los desafíos con una mentalidad diferente para que los logros obtenidos particularmente en la economía, lo social, la cultura y el ambiente se conviertan, al mismo tiempo, en logros colectivos en cada país involucrado en las tareas del desarrollo sustentable.


Revista Trayectorias
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