REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN
AÑO 5 NÚMERO 11 ENERO-ABRIL DE 2003

CARTA DE LA DIRECTORA

Entre el desconcierto y la barbarie
El triunfo moral y político de la ONU

La democracia ha sido inspiradora de grandes utopías en las conciencias de los ciudadanos en las más diversas naciones del mundo. El principio de la democracia sostiene que una sociedad basada en la justicia asegura que todas las personas, sin importar su situación económica, religiosa o racial, tienen los mismos derechos y que su opinión cuenta por igual en la definición de las políticas públicas que afectan sus vidas y la organización del tipo de sociedad en la que participan. Así, los ideales de la igualdad, justicia y libertad han sido bandera de amplias movilizaciones sociales desde el siglo XVIII que, enfrentándose a los sistemas políticos monárquicos y autoritarios, al conocido Estado absolutista heredado del feudalismo, transitaron hacia la construcción de sistemas modernos capitalistas que fundamentaron su filosofía e ideología en el liberalismo político. La Déclaratión du Droits de l’Homme en Francia y el Bill of Rights en Estados Unidos forman parte del proceso de construcción del pensamiento liberal que sentó las bases del sistema político democrático que conocemos en nuestros días.
A lo largo de los últimos dos siglos, pero particularmente en el siglo XX, la democracia moderna ha ido construyendo de manera gradual y diversa, según la historia particular de las naciones, una legalidad igual, única y universal para todos los ciudadanos donde se garantizan el derecho a la propiedad privada, la libertad de expresión, la igualdad política y el reconocimiento al derecho del trabajo y los mínimos de bienestar. Con ello, la democracia aparece como un medio que, a través de sus instituciones, garantiza el poder de dirimir las discrepancias políticas y sociales de manera regulada, reglamentada y por medios pacíficos. Al mismo tiempo, la democracia permite que la sociedad vaya trazando su propia trayectoria social y contempla la posibilidad de revisar, superar y avanzar en la construcción de nuevos derechos e instituciones que permitan crear sociedades con niveles de civilización de la humanidad más avanzados que conduzcan al progreso y al bienestar de las sociedades en las que vivimos. En consecuencia, la democracia es concebida como el espacio idóneo para hacer la historia y optar por las mejores alternativas que en el futuro inmediato sirvan de fundamento para la construcción de nuestros destinos.
Esta nueva utopía, la democracia, ha sembrado y cosechado grandes frutos a lo largo del siglo XX. Particularmente en América del Norte y Europa occidental y aquellos países donde prevalecieron las sociedades democráticas. Muchos otros vivieron sus procesos democráticos con un ritmo más pausado, como lo fue la gran mayoría de los países de África, Medio Oriente y Asia que, primero tuvieron que abandonar el colonialismo y declarar su independencia como países soberanos para después transitar, en algunos casos, hacia procesos democráticos. En otros casos, como por ejemplo en América Latina, prevalecieron las dictaduras militares hasta la década de los ochenta y las experiencias democráticas en este subcontinente fueron la excepción.

Con diferente intensidad, los esfuerzos por avanzar en la democracia fueron progresivamente, a lo largo y ancho del planeta, anulando la preeminencia del derecho de propiedad, propia del feudalismo y del Estado absolutista y autoritario; en su lugar, se han desarrollado a lo largo del siglo XX los derechos humanos y civiles –de la mujer, contra la discriminación racial y religiosa, el reconocimiento a la libertad de expresión de los homosexuales–; los derechos políticos –libertad de expresión, de asociación, de huelga y de manifestación–, así como los derechos sociales –al trabajo, de un mínimo de bienestar con el seguro de desempleo, a la seguridad social, de jubilación, de cuidado del ambiente, todos regulados por el Estado de bienestar.

De manera destacada, en el campo internacional, después de la segunda guerra mundial, se avanza en la construcción de un nuevo orden político mundial con la creación de las Naciones Unidas en 1945 con la finalidad de que las
controversias internacionales se dirimieran conforme al derecho, basadas en el equilibrio de la multilateralidad.

Joan Garcés. en el número tres de esta revista, nos explica el difícil progreso de las relaciones internacionales en el campo del derecho. La Carta de las Naciones Unidas aprobada en San Francisco en 1945 afirma los principios de un orden planetario asentado en las siguientes premisas: 1. El respeto a la autodeterminación de los pueblos, 2. El planeta necesita un orden basado en la coordinación de los Estados miembros y estipulado en dicha Carta y 3. El Consejo de Seguridad es el responsable de la dirección de las relaciones interestatales otorgándole un estatus prominente.
De esta manera, paralelamente a los derechos civiles, humanos, políticos, sociales y ecológicos conquistados por los ideales de la democracia, fueron construyéndose, pero de manera decisiva a partir de 1945, los derechos jurídicos internacionales. Consecuentemente, se suscribieron en 1947 los Convenios de Ginebra que regulan las actuaciones bélicas; en 1948, el Convenio contra el Genocidio y La Declaración de los Derechos del Hombre. Años después, en 1984, el Convenio contra la Tortura; en 1998, se crea el Tribunal Penal Permanente Internacional para sancionar los crímenes contra el genocidio y de lesa humanidad.

Sin embargo, a pesar de todos estos logros, no siempre la ley escrita y la realidad se acompañan en armonía. Ciertamente, la realidad histórica, con ciertos matices ha tenido otro acontecer. La segunda guerra mundial dejó el mundo dividido en dos bloques poderosos. El socialismo y el capitalismo. En el primero dominaba el sistema autoriario burocrático y en el segundo, aunque con diversos grados de evolución según los países, el sistema democrático. La gran crítica en Occidente era la falta de democracia en el socialismo y la gran crítica al capitalismo, la desigualdad. Sobre la base de su poderío económico y militar, ambas potencias desempeñaron una política intervencionista en diferentes áreas del planeta. El bloque socialista intervenía, en sus zonas de influencia, contra los movimientos pro democracia o a favor de la evolución socialista; el bloque capitalista, contra los movimientos de izquierda y pro socialista. Este periodo conocido como la Guerra Fría se extendió hasta 1989 que, con el derrumbe político de los países socialistas, la humanidad se encontró ante el hecho excepcional de que existe una sola potencia hegemónica en el mundo: Estados Unidos de Norteamérica.

En el plano interno de las naciones democráticas, en un fenómeno reciente, los derechos sociales han empezado a verse acotados bajo el efecto de un conjunto de adversidades derivadas de la crisis económica del capitalismo keynesiano desde finales de la década de los setenta. Así, a lo largo de los ochenta, empieza a derogarse un conjunto de derechos sociales y políticos que impactan los salarios, el empleo, la seguridad social, los derechos sindicales, entre otros, que en su conjunto han repercutido en el debilitamiento del Estado de bienestar y la desgualdad social. En suma, y de manera particular en los países en vías de desarrollo, la democracia empezó a presentar síntomas de no tener la misma capacidad para dirimir los problemas a través del consenso y la solidaridad social.

De esta manera, un profundo desencanto ha empezado a crecer entre los partidarios de la democracia que con asombro constatan que su opinión no es incluida en la definición de las políticas públicas por los políticos y observan de manera acrecentada la enorme distancia que separa a los ciudadanos de sus gobernantes. Es decir, una vez electos, es posible que, en algunas circunstancias, los gobernantes puedan impulsar políticas abiertamente contrarias a las manifestadas por sus electores y, consecuentemente, la democracia corre el riesgo de perder legitimidad al reducirse gradualmente al espacio electoral.

En el ámbito internacional, esta realidad se ve magnificada ante los últimos acontecimientos internacionales con la invasión militar de Estados Unidos e Inglaterra contra Irak. En esta coyuntura se ha manifestado un repudio global contra la guerra y el movimiento por la paz se ha expresado con mucha intensidad en todo el mundo incluyendo, desde luego, a los países árabes. De manera particular, las encuestas de opinión pública, los desplegados de intelectuales y organizaciones no-gubernamentales y las amplias movilizaciones que se han realizado en Estados Unidos, en Inglaterra y en España indican el profundo repudio a la agresión armada contra Irak. A pesar de ello, los gobiernos de Estados Unidos y de Inglaterra, despreciando el derecho internacional y la opinión de amplísimos sectores de su propia población, pero la aprobación de sus respectivos congresos, iniciaron el ataque militar contra Irak.

Con esta agresión militar, Estados Unidos e Inglaterra han erosionando los cimientos de la democracia, no solamente porque han invadido Irak sin ruebas contundentes de las razones que esgrimen, sino porque además lo hicieron violando la resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que proponía avanzar en las inspecciones y, en caso de encontrar armas de destrucción masiva, obligar a Irak a desarmarse. En consecuencia, la acción militar unilateral de Estados Unidos e Inglaterra a Irak es ilegal, ilegítima y violatoria de lo derechos jurídicos internacionales y del espíritu del multilateralismo del orden político mundial vigente; pero, a su vez, violatoria de los derechos humanos, políticos, sociales y del cuidado del ambiente de la población iraquí.

A ocho días de la invasión, la opinión pública se encuentra horrorizada ante el despliegue televisivo que muestra la ciudad de Bagdad sumergida bajo el fuego y las explosiones de los bombardeos. Dos superpotencias ensañadas en destruir la infraestructura de un país subdesarrollado, que se ha empobrecido aún más a lo largo de diez años de bloqueo económico impuesto con el aval de las Naciones Unidas después de la guerra del golfo en 1991. La deshumanización y la locura infinita de la guerra regresan a las conciencias de los ciudadanos de todo el mundo a través de la televisión y los medios de información.

Desde los primeros días de la invasión militar a Irak y de acuerdo con la información periodística, el gobierno de Estados Unidos otorgó a firmas norteamericanas la concesión para la reconstrucción del puerto iraquí de Um Qasar, de los pozos petroleros en llamas y de la infraestructura dañada por los bombardeos. A ocho días de la invasión, el tema de las armas de destrucción masiva, el supuesto móvil de la invasión, ha quedado relegado, la estrategia del momento se centra en la propaganda ideológica de la liberación de Irak, la ocupación, la reconstrucción y administración de Irak. Con ello, regresa al escenario de la política la preeminencia del derecho de propiedad, tal como lo usaban los señores feudales y los imperios que se regían bajo el principio de que “las naciones tienen tanto derecho como la fuerza de que disponen”.Cabe reconocer el triunfo moral y político de la opción del multilateralismo en las Naciones Unidas, pues Estados Unidos e Inglaterra, sin la fuerza de la razón, se vieron obligados a violar el derecho internacional para iniciar la acción bélica.

Los procesos electorales simulados, los fraudes electorales que persisten todavía en muchos países (recuérdese Florida en Estados Unidos en 2001) y la falta de compromiso social de la democracia puramente electoral son eventos que presagian violaciones a los derechos nacionales e internacionales que ha construido la democracia. Por eso, es importante asegurar también el fortalecimiento de la sociedad civil que haga de la democracia no un evento formal y carente de contenido, sino una praxis que le dé sustancia a la ética política que necesitan las sociedades de nuestro tiempo; ética basada en las grandes conquistas de los derechos civiles, políticos, sociales, humanos y ecológicos, cimentados en una cultura del respeto, la tolerancia, el consenso, el pluralismo, la biodiversidad y la paz.


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