REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN
AÑO 4 NÚMERO 10 SEPTIEMBRE-DICIEMBRE 2002

CARTA DE LA DIRECTORA

Ciencia y sociedad
En búsqueda de un nuevo encuentro

 

La relación que se había iniciado en el siglo XIX y se estableció a lo largo del siglo XX entre la ciencia y la sociedad se caracterizada por un reconocimiento explícito del papel positivo y progresista de la ciencia en el desarrollo de la humanidad. A la ciencia, al conocimiento, no sólo se le otorgaba un valor trascendente en sí mismo, sino lo más importante, a través de su aplicación tecnológica, la capacidad de mejorar la vida del ser humano, de transformar la sociedad y el futuro de la civilización en el planeta. Estas actitudes y sentimientos tanto de las personas como de los políticos e intelectuales favorecieron la corriente de opinión de fomentar el desarrollo científico y tecnológico, y la decisión de aplicar crecientes recursos económicos fueron canalizados a través de políticas públicas y privadas al desarrollo de la investigación teórica y aplicada.
Esta política institucional obtuvo resultados muy positivos después de la segunda guerra mundial donde todas las innovaciones tecnológicas que se desarrollaron durante la guerra en el campo de la microelectrónica fueron posteriormente aplicadas a todos los sectores de la industria, a la medicina, a los medios de comunicación, a la cibernética y demás campos de conocimiento, que caracterizan el mundo de alta tecnología en el que actualmente vivimos. El extraordinario desarrollo económico de la posguerra, la creación y proliferación de las instituciones creadas por el Estado del bienestar y el acelerado crecimiento del mercado interno -permitieron mejores niveles de vida de la población en su aspecto integral- confirmaron esas creencias, esos sentimientos de que la ciencia está al servicio del desarrollo de la civilización de la humanidad.
Sin embargo, las diferencias políticas y económicas de la posguerra generaron el enfrentamiento entre los dos bloques mundiales que polarizaban al mundo entre el capitalismo y el socialismo y que, desembocaron en el periodo conocido como la Guerra Fría. En él, la ciencia y la tecnología pasaron a formar parte importante de las estrategias de enfrentamiento y mostraron de esa manera, simultáneamente, el mutuo poder destructivo, real y potencial, que las innovaciones tecnológicas podrían representar de manera creciente en el campo de la industria armamentista.
Esta prolongada situación (aproximadamente cuarenta años) y otros infortunios, poco a poco han ido cuestionando esta visión de que la ciencia y la tecnología son fuerzas predominantemente positivas y han surgido muchas dudas y miedos en torno a si es acertado apoyar el desarrollo de laciencia teórica y aplicada.

Dentro de este contexto histórico mundial, uno de ellos, como lo señala Gerald Holton, lo constituyó la guerra de Vietnam, donde se dio un sentimiento de frustración generalizado por todas partes del mundo, al constatar el uso sofisticado de la tecnología en una guerra impopular, injusta y sin esperanzas; pero sobre todo, porque el fundamento implicado era que la ciencia finalmente permitía que este tipo de tecnología de guerra existiera.

Posteriormente, en la década de los ochenta surge una tremenda revolución ideológica que revierte el curso de la historia y que esta relacionada con la Crisis del Estado del Bienestar y que fue impulsada durante los gobiernos de Ronald Reagan en los Estados Unidos y de Margaret Thatcher en el Reino Unido para extenderse progresivamente al resto de los países. Si bien, el Estado del Bienestar surgió ante el reconocimiento del funcionamiento imperfecto del mercado y la necesidad de la intervención del Estado para regular los ajustes entre la producción y el consumo; el pensamiento conservador emergente, el neoliberalismo, representado por dichos gobiernos proclamaba justamente lo contrario: la supremacía de los mercados y, en consecuencia, el adelgazamiento del Estado del bienestar. El impacto inmediato fue que todas las instituciones y los contratos de bienestar social fueron poco a poco reestructurados disminuyendo los derechos y prestaciones sociales de la mayoría de la población.
Dentro de una cronología simultánea, con la caída del muro de Berlín y la desaparición de la ex Unión Soviética, se constituye una enorme concentración unipolar en torno a los Estados Unidos, que permite la generalización de su “concepción del mundo”, su filosofía del mercado y el predominio de sus intereses.

Este viraje ideológico ha sido de gran impacto sobre la ciencia en general y en lo particular sobre las ciencias sociales y las humanidades. La ubicación del mercado en el centro de definición de las estrategias económicas, la creencia en su óptimo funcionamiento si se le deja actuar sin intervención institucional; han ido despojando a la ciencia de su contenido humano, de su verdadera sustancia. ¿Qué sentido tiene estudiar la historia, la sociología o la antropología, si la actividad última de la sociedad está reducida al mercado, si éste no tiene supuestamente imperfecciones que corregir y su funcionamiento nos conduce a óptimas realidades? ¿Qué sentido tiene estudiar la ecología, si el mercado define cual es la mejor manera de producir? ¿Para que destinar recursos a la ciencia?

Las ciencias sociales, circunstancialmente ignoradas en estos años, se encuentran en una etapa de desencuentro con la sociedad a la que pertenecen. Por un lado, las instituciones de bienestar social han sido adelgazadas y con ello el nivel de vida de la población. En consecuencia -se dice- no es cierto que la ciencia signifique más salud, educación para todos, mejor vida, más cultura, opciones de libertad. Por el otro lado, el pensamiento conservador neoliberal, que otorga al mercado la conducción de la política económica no requie re, como gobernantes a estadistas o políticos de mayor cultura, pues resulta suficiente que sean “administradores”.

Si bien la ciencia y la tecnología no han tenido implicaciones éticas en si mismas, pues es su específica aplicación por los seres humanos lo que así la determina, durante los últimos años ha sido desacreditada por razones ideológicas. La política forma parte de las ciencias sociales y los políticos, hoy cada vez más apartados del conocimiento social, han violentado los derechos humanos y sociales, y con ello, han inducido en su descrédito a la ciencia y sus vínculos positivos con la sociedad.

Consecuentemente, esta trivialización de lo sustancial; es decir, si el rigor del pensamiento científico no es útil, y si lo que realmente importa es el mercado, no debe de extrañarnos entonces el debilitamiento de la ciencia en general y en particular de los campos de conocimiento como las matemáticas, la física, la química, la filosofía, la economía, la sociología, la antropología, la psicología por mencionar sólo algunos y, por el contrario, la gran proliferación de otros como administración, mercadotecnia, comunicación, relaciones internacionales, finanzas internacionales, comercio internacional, entre otras. Si perdemos la sustancia y nos quedamos en lo operativo, tendremos la capacidad de administrar el campo de las interacciones económicas y comerciales, de describirlas, con el costo enorme de perder en el camino, la convivencia social pacífica, y la posibilidad de construir una sociedad más justa y humana. Es la ciencia teórica y aplicada, lo que permite el análisis, el diagnóstico y la predicción científica de los acontecimientos.

Es por ello, que este desencuentro entre la ciencia y la sociedad que aparece a finales del siglo XX nos coloca en una circunstancia muy delicada. La ciencia -sostienen varios pensadores- debe reposicionarse y buscar un nuevo encuentro, tanto entre las ciencias naturales y las ciencias sociales y humanísticas como con la sociedad. Un esfuerzo decidido entre científicos de las ciencias naturales, las ciencias sociales y las humanidades deberá fructificar en la creación y fortalecimiento de campos de conocimiento en las fronteras de las especialidades. Todas las diferentes disciplinas deberán estar incluidas: la biología y la sociología; la economía y la física; la psicología y la medicina, etcétera, para participar en un enfoque integral multidisciplinario. El diálogo entre los científicos de las ciencias naturales, sociales y humanísticas es fundamental en este reencuentro entre ciencia y sociedad.
Sólo así se podrá superar la visión estrecha que en los últimos años se ha tenido sobre el desarrollo como resultado de las actividades de inversión, producción y consumo. Y replantearnos una visión más amplia que entienda al desarrollo como un espacio de construcción integral donde el conocimiento científico participa por igual en todos los campos de conocimiento en la formación de la cultura como parámetro fundamental que determina la interacción social.

En el Informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo de las Naciones Unidas, titulado Nuestra Diversidad Creativa se sostiene que “el desarrollo comprende no sólo el acceso a los bienes y servicios, sino también la oportunidad de elegir un modo de vida colectivo que sea pleno, satisfactorio, valioso y valorado, en el que florezca la existencia humana en todas sus formas y en su integridad”. Es decir, se trata de concebir el desarrollo como resultado de una visión cultural que determina la manera de producir y de organizarnos socialmente.
Bajo esta visión, que implica una creciente participación de los ciudadanos en la construcción de sus instituciones, es importante retomar lo que en muchas ocasiones repitió Pierre Bordieu acerca de los políticos, en el sentido de que en el mundo complejo que hoy vivimos, quienes dirigen los gobiernos de los países deberían ser personas estudiosas, que conozcan los debates científicos y la información estadística que muestran los hechos para el mejor desempeño en la conducción política de las naciones.

 

 


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